Esta carta no es mia, lo ha escrito la Sra. María Jesús Sánchez Oliva, vale la pena leerlo
Por
primera vez en mi vida tengo que encabezar una carta sin el querido…
o querida… que me enseñaron de niña, pero a ti solo puedo
dirigirme llamándote maldito, porque maldades es lo único que sabes
hacer.
En
primer lugar tengo que confesarte algo que me duele reconocer pero es
así y debo hacerlo: cuando supimos de tu existencia, todos nos
equivocamos, también yo. Nos dijeron que campeabas a tus anchas por
China, y aunque lo sentimos por ellos, no nos preocupamos por
nosotros, China nos quedaba tan lejos que las redes sociales se
inundaron de chistes que protagonizabas como si en lugar de un
enemigo fueras un héroe, de bromas ingeniosas, de historietas
graciosas, y mientras que unos huían de los chinos por si las
moscas, otros censurábamos tan absurda actitud y nos sentíamos
seguros: éramos españoles, no chinos. Pero en un abrir y cerrar de
ojos decidiste cruzar fronteras para recorrer todos los países del
mundo y llegaste al nuestro con tal fuerza que hasta los chinos, en
un ejemplo de civismo, han tenido que echarnos una mano, porque esta
España que parecía ser el Paraíso Terrenal, está demostrándoles
a los gobernantes lo que nunca quisieron ver: que su “espléndida”
gestión tenía más de teoría que de práctica. Y aquí nos tienes,
confinados en nuestras casas, y muy preocupados por los que no pueden
estar en ellas.
No
sé si eres el resultado de la selección natural, no sé si eres el
producto de la ingeniería genética, hay opiniones para todo, solo
sé que has transformado nuestras casas por completo. Los salones se
han convertido en campos de fútbol, en plazas de toros o en granjas
de las que entran y salen animales tanto domésticos como salvajes;
los dormitorios son ahora las aulas donde se hacen las tareas
escolares; los pasillos son las avenidas por las que paseamos del
baño a la cocina y de la cocina al baño sin tener que coger el
bolso y ponernos los zapatos, y los balcones, ¡benditos sean!, se
han convertido en los parques donde todos los días, a las ocho de la
tarde, salimos para tomar el aire mientras saludamos a los vecinos y
juntos aplaudimos a todos los que cuidan de nosotros para darles las
gracias. Que nos has dejado sin Semana Santa, sin vacaciones, sin
bares, sin fútbol, sin teatros y a nuestros niños y a nuestras
niñas sin saber si les valdrán sus trajes de primera comunión
cuando puedan hacerla porque todo indica que en mayo no va a ser
posible. Y lo más terrible de todo: nos estás dejando sin personas
mayores, esas personas que mayoritariamente vivieron la guerra,
pasaron hambre, sufrieron la dictadura, trabajaron mucho y ganaron
poco, emigraron a países sin saber más idiomas que el suyo y el de
los gestos, vivieron la incertidumbre de la Transición, la del 23F…
Imposible no recordar en este momento a los padres de una amiga mía
en un pueblo extremeño donde pasando unos días me sorprendió el
afortunadamente fallido golpe de Estado. El padre llorando, la madre
rezando, los dos rogándonos que nos dejáramos de discotecas y nos
metiéramos en casa cerradas a cal y canto. El fantasma de la guerra
se les alzaba amenazante y, según ellos, preferían morir antes que
volver a ver aquello. La mayoría de estas personas no han
tenido más alegría que la de conseguir que sus hijos vivieran mejor
que ellos, y en no pocos casos, más acostumbrados a las
obligaciones que a los derechos, les ayudaron a pagar el piso, a
criar a sus nietos, a mantener limpias sus casas, y ahora, como si en
lugar de un premio merecieran un castigo, llegas tú y te los llevas
en masa, y se mueren solos, y solos tienen que ser enterrados, sin
oraciones en voz alta, sin velatorio, sin misa, sin flores… como
seres malditos de los que hay que huir. ¿Cabe mayor injusticia?
Por
ellos, por sus familias y por todos, solo te pido una cosa: que te
mueras de una pu… ñetera vez y nos dejes vivir en paz. Esta guerra
ya la has ganado. Puedes darte por conforme. Espero pues que esta sea
mi primera y mi última carta.
María Jesús Sánchez Oliva
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