Las vacaciones. Las tan, a
veces, esperadas vacaciones. Porque seamos sinceros, nos pasamos el año
trabajando pensando en el mes de las dichosas vacaciones. Claro que no contamos
con los niños.... Todo el año esperando que lleguen para descansar y se nos
adelantan los niños, que las cogen antes que tú; y esa paz que reinaba en tu
casa cuando estaban en la escuela, que acababas de comer, y te quedabas un poco
traspuesto en el sillón echando la cabezadita... Y ahora, jódete; cuando empiezas
a quedarte un poco dormido, llega el niño protestando porque se le han acabado
los datos en el móvil, que la wiffi no le llega, poniendo los videos de youtube
a toda leche o peleándose con el hermano, y se acabó el descanso.
Bueno, siempre te queda el
recurso de que los puedas mandar a una escuela de verano, de colonias o a la
piscina, y te dejen unas horas de descanso.... Eso si, a costa de tu bolsillo.
De todas formas, el momento
más esperado de las vacaciones, es cuando te vas a la playa, digo la playa,
porque es dónde la mayoría de los españoles escogemos para pasar unos días de
vacaciones, quedan pocos que se vayan al pueblo a casa de la abuela, Porque o
bien la abuela ya falleció o la tienes en tu casa a meses, compartida con el
resto de tus hermanos, que parece que la mujer es un apartamento
multipropiedad. Todos los años la misma historia. Has hecho una lista de las
cosas principales, y las vas repasando. Las sillas, las sombrillas, la radio,
el secador, las raquetas para jugar en la playa, la suegra... ¡Coño! ¿Quien ha
puesto aquí a la suegra? La suegra no está en régimen de multipropiedad, la
suegra la tienes en exclusiva en tu casa.
¡Por fin has llegado a la
costa! Que por cierto, ¿por qué le dicen costa? ¿No será porque unos pocos viven
“a costa” de los que pasamos las vacaciones en verano? Bueno, como decía, ya
estamos en la playa. Piensas, ¡qué paz!, ¡qué relax! Y te tiendes en la toalla
que has logrado colar en un huequecito, no sin antes haberte embadurnado de
crema protectora, que si no luego te achicharras y pareces un cangrejo además
de que sino seguro que coges cáncer de piel, hay que ser prudentes. No has
hecho más que tumbarte, y ¡zas!, pasa un niño persiguiendo a otro, y te ponen
todo perdido de arena. ¡Que bonito te han puesto!, ahora pareces una croqueta.
Claro la arena se ha pegado a tu piel, porque la tienes toda pringosa de la
crema que te echaste. Así que no te queda más remedio que meterte en el agua
para quitarte el rebozado. ¿Y qué te encuentras en el agua? ¡Una ballena varada!
No, es tu suegra que le ha dado un revolcón una ola, y la pobre mujer no puede
incorporarse. Tratas de ayudarla, pero entre su peso, y la ola que golpea por
detrás, caes encima de ella. A esas alturas, te imaginas que toda el mundo a tu
alrededor que ha visto la escenita, se está descojonando; así que la levantas
rápidamente, y te alejas de allí a dar un paseo dejando a la suegra sentada en
la orilla.
Esto ya es otra cosa. ¡Que
vistas! Los barcos en el horizonte. Las montañas a lo lejos. El chiringuito. La
rubia que está tendida en una enorme toalla con un minúsculo tanga y a teta
suelta. ¡Coño, que rubia! ¡Cómo está la tía! Es que no te la puedes quitar de
la cabeza. ¿Qué no? ¡Pom!, un pelotazo en la cabeza de los niños que estaban jugando
con las raquetas al lado, si es que... quieras o no te fastidian el día los
jodios niños. Lo mejor es irse al chiringuito.
Te vas muy chulo andando,
metiendo tripa para lucir tipo, por si acaso te mira la rubia y cuando llegas
adónde la arena está a ochenta grados, se te afloja la tripa, y andas más
deprisa que el reloj de un funcionario. Objetivo cumplido, ya estás en la
barra. Esperas a que haya un hueco para colocarte con el brazo apoyado, una
mano alrededor de la birra y la otra la usas para bajarte las gafas de sol, a
ver si la rubia te mira. Aprovechas, y ¡zas! te metes en cuanto se da la vuelta
el primer incauto. ¡Esto si es vida! Te bebes otra birrita. El paraíso. Bueno,
habrá que pagar. Echas mano, y ¡coño!, me he dejado la cartera en la silla. Se
lo explicas al camarero, y te dispones a volver a quemarte los pinreles. Porque
esta vez, si que te vas a quemar de verdad. Ahora no tienes ni siquiera los
pies húmedos de la arena de la orilla. Y te vas andando de puntillas como una
bailarina de ballet; pero con menos gracia, claro, hasta la silla
Después de volver, y pagar
en el chiringuito, recoges todas tus cosas, las tuyas, los cubitos de los
niños, los flotadores, la nevera, las sillas... Porque tu mujer, los niños y la
suegra ya se han ido para el apartamento. Apartamento por el que has pagado lo
mismo por un mes que si te hubieras comprado una casa en el pueblo. Llegas como
puedes con todos los cacharros al apartamento. Adivina ¿quién se va a duchar el
último? Pues tu imbécil, ¡quien va a ser! Y lo malo no es eso; lo malo es que,
cuando tengas la cabeza enjabonada, te empezará a salir el agua fría. ¿Y de
quién te acordarás en ese momento?, pues de tu suegra, o sea, de la madre que
la parió (a tu mujer).
En fin, a tratar que estos
días pasen lo más rápido posible, porque la verdad, estás deseando llegar a
casa para esparcirte a tus anchas, que los niños vuelvan al colegio, que te
toque la abuela el mes de multipropiedad así está la suegra entretenida, volver
a la rutina diaria de tu trabajo, y a aguantar a tu jefe, que vendrá tan
cabreado como tú de sus vacaciones.
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