“Somos demasiados los que nos vemos
obligados a luchar para conservar la dignidad cuando nuestra vida
está llegando a su fin. El mayor ladrón de la dignidad es el
sistema médico, que nos despoja de ella despersonalizándonos y
convirtiéndonos en números de habitación y camas con enfermedades
cuando somos personas con una vida, una historia y una familia…
“¿el tumor cerebral de la 644? o “¿el fallo cardíaco de la
302?. Es difícil conservar la dignidad cuando nos definen y
describen como una enfermedad o un número de habitación.
El sistema nos arrebata la dignidad
tratando la enfermedad y la muerte como al enemigo, ¡insistiendo en
exterminarlas cueste lo que cueste! Nuestro cuerpo se convierte en un
campo de batalla donde los médicos combaten para “arreglarnos”.
No nos gusta admitir que la vida es a veces incómoda o incluso
desagradable. Y cuando estamos rotos, queremos que ellos nos
arreglen. Queremos creer que podemos arreglarlo todo. Sin embargo, no
podemos arreglar a los moribundos porque ellos no están rotos,
sencillamente ya no tienen pilas ni recarga posible. Morir no es
fallar; es una parte normal de la vida.
Los moribundos se roban
inconscientemente dignidad cuando olvidan lo que realmente importa.
El proceso de la muerte es, por naturaleza, un proceso que conlleva
pérdidas. Los moribundos pierden,entre otras cosas, las “capas
externas” que han ido acumulando a lo largo de su vida. Ya no son
el presidente de la junta, el amable vecino, el compañero de béisbol
o el gran cocinero. Pierden su papel de líder, maestro, trabajador,
amigo, deportista, madre, padre, hijo, hija, hermano y hermana. Verse
arrojados al papel de paciente los despoja de los papeles que tanto
les han enorgullecido lo largo de su vida. ¿Qué les queda? Su
concepto de sí mismos. Si se consideran personas especiales y
únicas, por encima y aparte de esos papeles mundanos, conservan su
dignidad. Para algunas personas, esto es fácil de hacer, porque su
dignidad no depende de factores externos. Otras necesitan que sus
seres queridos y el sistema médico las refuercen. Por eso es tan
importante para quienes están en la antesala de la muerte que los
tratemos con dignidad.”
Para ellos es muy duro ver como no
pueden controlar funciones básicas de su cuerpo como los
esfinteres... Cuando se dan cuenta de que se han orinado o defecado
encima, la vergüenza se une al sufrimiento que tienen en esos
momentos. El intentar comer por si mismos y ver como la comida
resbala por las comisuras de sus labios manchandolo todo les hace
temblar de rabia. En estos momentos es cuando necesitan una palabra
amable que les reste importancia a estos hechos, que les haga ver que
no pasa nada. Aunque por dentro sabemos que si pasa... Pasa... Que
sus cuerpos ya no aguantan más tiempo, que la vida les está
llegando al final. Es lamentable ver a una persona que toda su vida
ha sido autosuficiente, que ha tenido energías para todo lo que se
proponía hacer llegue al final de su vida dependiendo de un pañal,
un babero, unos brazos fuertes para que lo cojan y un cerebro ajeno
capaz de captar una sola palabra para descifrar toda la frase que ha
dicho sin que se le haya entendido nada.
Morir es un acontecimiento que el
hombre no es capaz de comprender. Morir supone una despedida
definitiva de todos y de todo. Quienes compartimos con él la
existencia tenemos la obligación humanitaria y fraternal de
acompañarle con el máximo respeto a su dignidad - es decir: con
amor- en este momento supremo de la vida. Aunque no es fácil cuando
nos tenemos que enfrentar a ello, debemos esconder nuestro dolor y
poner una sonrisa en nuestras caras para que se sientan
reconfortados, debemos aguantar nuestras lágrimas y pena para
hacerles el camino más fácil.
No es sencillo tener al lado nuestro a
una persona querida sabiendo que son sus últimas horas de vida y
aguantar estoicamente el talante sereno, no es sencillo bromear para
hacerlo sonreír cuando solo quieres gritar tu dolor. Debemos
tragarnos tantas cosas..... Callar tantas otras......
Queremos que mueran, que se acabe de
una vez tanto sufrimiento, que descansen ellos y ¿Por qué no
decirlo? Nosotros... Queremos que no se den cuenta de que se están
muriendo y sin embargo cuando son conscientes de este hecho pero no
lo quieren asumir tratan con desprecio, impaciencia, rabia,
insultos... A aquellos que más los quieren, aumentando así el
sufrimiento de las personas que los rodean.
Cuando exhalan el ultimo suspiro no
podemos creerlo, no queremos que pase eso que hemos deseado, una
angustia atroz atenaza nuestro pecho. Todas las lágrimas no
derramadas en su presencia brotan sin control en su ausencia. Nos
sentimos culpables por haber deseado su muerte, por haber rogado
porque llegara de una vez. Lloramos porque se han ido y con ellos se
han llevado un trocito de nuestras vidas, lloramos porque ya no
están, lloramos porque no los queríamos ver sufrir, pero tampoco
queríamos que muriesen, deseábamos un imposible: que su enfermedad
diese marcha atrás y volvieran a ser las personas de antaño.
La mayoría de la gente habla de la
calidad de vida en los últimos meses de una enfermedad terminal yo
abogo por una calidad de muerte, porque esta sea digna, porque llegue
sin robarnos nuestra esencia como personas.
Mª José
06/04/2010
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