La vida, en ocasiones, te muestra su
lado más positivo y, en otras te enseña los dientes. Dientes que
incluso las pirañas les tendrían envidia. Nos quejamos de nuestro
presente, del trabajo, del cabrón del jefe, siempre tiene ese
calificativo, no se porque, sea o no cabrón lo llamamos así, debe
ser una forma cariñosa de hacerlo. Nos quejamos del banco, de los
impuestos, de lo que cuesta una lechuga… Discutimos por tonterías,
por una silla mal colocada, por una comida sosa, por una palabra más
alta que la anterior… Pero nunca, nunca, pensamos que pasaría si
la vida nos enseña esos dientes diciéndonos que se acaba, que nos
quedan días contados, que mañana en nuestra vida dará igual esa
silla mal puesta, esa comida sin sal… Porque la sentencia ha caído
sobre nosotros.
Es asombroso como pueden cambiar las
cosas de un día para otro, y lo que hoy deseamos, mañana damos
cuenta de que ya no lo queremos, o lo que es peor, comprobar que
aquello que tanto despreciamos es justo lo que andábamos buscando.
Despreciamos nuestra salud, total está ahí, sin que nadie le haga
demasiado caso, si nos duele algo ya tomaremos una aspirina y listo,
ojalá fuese verdad… No siempre lo es, muchas veces esa aspirina no
soluciona nada, ni esa aspirina ni doscientos miligramos de Morfina…
No podemos hacer nada… La vida se nos escapa, todo por lo que tanto
hemos peleado deja de importar, nada nos va a devolver la vida, el
tiempo mal gastado en discursiones, en luchas inútiles, en mal
vivir.
Es asombroso como me entienden aquellas
personas con quienes comparto silencios, y es absolutamente asombroso
que con las que derroché más palabras, jamás me comprendieron, mi
hermana esa persona que jamás entendió ni quiso entender lo que le
decía, ahora aunque quisiera no podría entenderme. Ahora es
alguien, pero no es ella. Esa que he visto hoy en el hospital no es
ella, es una impostora que ha adoptado esa mala leche suya, pero no
ha podido imitar nada más de ella. Esa mujer con la cara hinchada,
con un parche en un ojo; porque ya no ve, en una silla de ruedas;
porque ya no puede andar, que apenas come; porque ya no tiene control
sobre su propia lengua para tragar, que no se le entiende bien lo que
dice; porque la Morfina no la deja coordinar, que quiere ser la misma
de siempre; mandona, puñetera, pero apenas puede serlo… Esa, no es
mi hermana, es alguien con sus rasgos que una cruel broma del destino
ha puesto en esa cama.
Asombroso es que dos personas miremos
la misma cosa, y la veamos de tan diferente color. Nos vemos una a la
otra, ella me ve igual que siempre y yo solo veo una mujer a la que
las pirañas de este maldito destino le ha enseñado los dientes y
además la muerden cada vez que pueden, a la que injustamente ese
Dios en el que ella creía ciegamente, le arrebató las personas que
más quería y ahora se quiere ensañar de nuevo con ella, llevándose
la poquita familia que le queda, eso si, despacio, con dolor, con
sufrimiento… Para que no sea fácil, para no regalarle ni siquiera
el consuelo (idiota, pero consuelo) de decir que se la llevó sin
sufrir,
¿Es esto alguna especie de pago por
algo que hemos hecho o dejado de hacer? No lo sé, pero esta vida es
una hipoteca en la que muchas veces pagamos los más altos intereses.
Mª José
06/02/2010
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