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viernes, 3 de junio de 2022

Qué ordinario es el Verano

Estamos en plena época estival, meses tan deseados para descansar y divertirse y a la vez tan ordinarios en las formas. Con la entrada de las altas temperaturas la gente se desmelena, suele aligerarse de ropa y algunos se aligeran en exceso. Todo exceso es malo, pero si además viene acompañado de una dosis de falta de estética, el tema es desolador.

Lo más peliagudo es ir a la playa en domingo, les voy a contar una anécdota que me ocurrió y después de aquello ya entendí por qué los Domingos la gente normal no está en la playa, miré a la parienta que estaba tan ricamente tumbada en el sofá y le propuse bajar a pasar la tarde en la playa, su respuesta fue “hoy no que es Domingo, ¿estás loco?”. Yo empeñado en darme un baño y un paseo por esa fantástica playa bajé solo, ¡para qué se me ocurriría!.

Justo en la bajada, en la hilera de tablas de madera que se ponen para acceder a la orilla oí decir a una niña, muy fina ella, eso de “ostia que me quemo coño con la mierda de tablas estas”. A partir de ahí pensé que mejor sería que se me hiciera el cuerpo a la situación, me relajara y me hartara de reír con todo aquello que viera. Comprobé que los Domingos, el que no tiene cuatro amigos y un balón para hacer el mono no es nadie. Pero mi asombro no cesó en toda la tarde.

Mientras tomaba el sol, tenía al lado a la típica pandillita tragantona de niñatos formada por “er Rafi, er Pepelu, la Jessi y la Vane”. Todo normal (aparte de meterse mano a diestro y siniestro) hasta que les dio por la batallita de arena y pasó lo que pasó. A la Jessi, que tenía un cuerpo de escándalo si le quitamos tres tatuajes y cuatro piercing, er Rafi le había refregado una bola de arena por todo el cuerpo y a la niña no se lo ocurrió otra cosa que decir “jo puta Rafi cabrón que mas llenao to la teta izquierda de arena, cómo te trinque te voy a meter la arena por er culo”.

Después de eso, no tuve más remedio que meterme en el agua para quitarme la arena que sin querer (claro) me habían echado encima, lugar donde, para desgracia mía, se encontraban er Pepelu y la Vane sacudiéndose la arena. Todo hay que decirlo, Pepelu estaba más caliente que el palo de un churrero y “aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid”, en un arrebato de pasión le metió mano a la Vane, la cual gritando dijo “Kiya er Pepelu que guarro es, me ha metio la mano en to er potorro, aquí en medio de tor mundo”. Yo no pude más y me fui a dar un paseo, curioso donde los haya.


Cada vez se hacía más imposible andar entre los niñatos con las tablas en la orilla, otros tantos con el mítico baloncito, los niños chicos deambulando en pelotas por donde querían, la abuela gorda, con la bata arremanga, el bigote moreno donde los haya y las piernas más peludas que las mías, sentada en el rompeolas con las piernas abiertas y aquello a remojo (qué fresquita estaba ella, tenía una cara de felicidad inimaginable), todo lo de un Domingo se soporta, pero ¡por Dios!, ¿no podría venir un tsunami que se llevara a la gorda? Seguro que si viniera tampoco se la llevaba.


Pero lo que sí es cierto es una cosa: el que no está a la última en tecnología es porque no quiere. Los domingueros montan ya no sólo la mesa, las sillas y sacan la tortilla de patatas, eso ya está anticuado. Ahora lo que se ve son unas carpas de dimensiones considerables con aire acondicionado incluido y una mesa para doce personas y sofá hinchable (que lo de las sillas es de pobre y ellos “están en er taco gordo”) donde aparte de la típica tortilla, también se alimentan de croquetas y demás variedades que haya preparado la abuela. Por supuesto no falla la baraja de cartas, las palas, el balón, las tablas, los manguitos, los flotadores, la colchoneta tamaño cama de matrimonio y por supuesto el juego de cubo, pala, rastrillo y demás utensilios para el juego de los niños en la arena.

Recuerdo que en una de estas carpas oí a una prima que le decía a otra (la cual después de haber estado haciendo el ganso por la playa todo el día estaba desatada y se comía todo lo comestible): “kiya Desi coño no seas guarra y no le metas mano a to, que tas toa manchá de arena”. Eso acabó conmigo y decidí subirme a mi casa, ya había tenido suficiente.

Pero todavía quedaba un regalito al salir de la playa. Se trataba del coche tuneado “der Fiera de Tarifa y er Tigre de Chiclana” que venían con sus gafas pastilleras, sus cuatro pendientes en cada oreja, los bañadores por debajo de la rodilla con los calzoncillos asomando, el peinado cacerola en uno y cenicero en otro y sus correspondientes tablas para aprovechar las últimas olas…

Desde ese día yo sólo bajo a la playa de lunes a sábado. Cuando puedo, sino me pongo debajo de un fluorescente con los pies en un barreño de agua y un libro en la mano, no es lo mismo pero si es más relajado, se lo aseguro.


(Internet, refrito)

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