Sé que nunca llegaras a leer ni esta
ni ninguna de las cartas que te escribo, aunque las leyeras tampoco
las entenderías, pero yo ¡necesito decirte tantas cosas!
Mamá estamos confinados, tú también
aunque no lo sepas. La gente se queja de este confinamiento ¡Sabrán
ellos lo que es estar confinados! Estar confinada ahora es una
delicia, puedo dormir o estar despierta cuando quiera sin temer que a
mitad de mi sueño alguien quiera matarme, Puedo ir a comprar pan u
otros alimentos si los necesito. Puedo pintarme las uñas de rojo,
azul o el color que me apetezca. Puedo hablar por teléfono cuando
quiero. Puedo tener la puerta de la calle sin echar ninguna llave ni
tener que dormir con esa llave bajo mi almohada. Puedo tardar el
tiempo que quiera en ducharme. La llave de la puerta de mi habitación
no la echo de noche ni de día, ni siquiera sé donde está guardada.
Estar dolorosamente confinados es lo
que tú y yo hicimos. Cuando yo decidí venirme a vivir contigo
porque el señor Alzheimer se hizo presente en nuestras vidas, eso
fue un confinamiento. Dejar mi casa, mis trabajos; precarios, pero
eran mis trabajos, a Esther... Eso fue lo más doloroso, después de
vivir las dos juntas tantos años dejar que se fuera a vivir con su
padre ¿Recuerdas esos días? No, tú no ¡qué pregunta más tonta!
Yo he intentado olvidar cada uno de aquellos días, cada una de
aquellas horas. Casi estaba consiguiendo no pensar en ellos, sin
embargo en estos últimos días los recuerdo uno a uno, hora a
hora...
Recuerdo el despertar al oír un leve
ruido y verte en medio de mi habitación diciéndome que me ibas a
matar o preguntando por tu madre muerta hacía ya cuarenta años pero
a la que tu veías en casa y cuando no la veías tu angustia era
tremenda porque no sabías donde había ido, recuerdo otros
despertares sobresaltados al oír que con cualquier llave querías
abrir la puerta de la calle para irte a media noche... ¿adónde? Ni
tú lo sabías. Recuerdo el tener los cinco sentidos alerta
porque en cuanto me descuidaba me tirabas los pintauñas por la
ventana, eran rojos, de puta según tu atormentada cabeza. Tuve que
hacer poner una cerradura en mi habitación para evitar esas
situaciones, evitar que siguieras tirando por la ventana sábanas,
toallas, ropa... Todo lo que podías pillar. Si hablaba con alguien
por teléfono después tenia que soportar tus ataques de ira porque
pensabas que te estaba criticando, acabé por no hablar
con nadie.
En ese confinamiento estábamos tu y yo,
yo y tú. Tú odiándome, no había manera de que quisieras salir de
casa, por lo tanto aquí nos quedamos las dos. Yo queriendo escapar
aunque fuese diez minutos para ir a comprar el pan y tú sin
permitirme escapar, no podía dejarte sola, ni de día ni de noche.
En aquellos momentos creí que no podría soportarlo, pero lo soporté.
Mal, eso si, pero los soporté. Lo más difícil fue convivir con tu
odio, con tus ataques de ira, con tantas noches llenas de lágrimas
por las cosas que me decías, tú las olvidabas a los diez minutos,
yo muchas de ellas aún las llevo clavadas en el alma.
Este confinamiento comparado con aquel
es un camino de rosas, hay un pequeño inconveniente mamá, en este
si que muere gente, mucha gente, demasiada. En aquel otro tú solo me
amenazabas, en aquel estábamos juntas y deseando no verte aunque fuese
un ratito y en este daría cualquier cosa porque me dejaran verte
aunque fuese un ratito. ¡Te echo tanto de menos Fefita!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tus comentarios me ayudarán a ecribir mejor cada día, todos los comentarios son constructivos.