¿Por qué ese empeño en poder ir a la
playa? Si sólo vas a poder ir los domingos porque el resto de la
semana curras, además con la entrada de las altas temperaturas la
gente se desmelena, suele aligerarse de ropa y algunos se aligeran en
exceso. Todo exceso es malo, pero si además viene acompañado de una
dosis de falta de estética, el tema es desolador.
Lo más peliagudo es ir a la playa en
domingo, les voy a contar una anécdota que me ocurrió y después de
aquello ya entendí por qué los Domingos la gente normal no está en
la playa. Yo empeñada en darme un baño y un paseo por esa
fantástica playa decidí que domingo o no, yo iba, ¡para qué se me
ocurriría!.
Justo en la bajada, en la hilera de
tablas de madera que se ponen para acceder a la orilla oí decir a
una niña, muy fina ella, eso de “ostia que me quemo coño con la
mierda de tablas estas”. A partir de ahí pensé que mejor sería
que se me hiciera el cuerpo a la situación, me relajara y me hartara
de reír con todo aquello que viera. Comprobé que los Domingos, el
que no tiene cuatro amigos y un balón para hacer el mono no es
nadie. Pero mi asombro no cesó en toda la tarde.
Mientras tomaba el sol, tenía al lado
a la típica pandillita tragantona de niñatos formada por “er
Rafi, er Pepelu, la Jessi y la Vane”. Todo normal (aparte de
meterse mano a diestro y siniestro) hasta que les dio por la
batallita de arena y pasó lo que pasó. A la Jessi, que tenía un
cuerpo de escándalo si le quitamos tres tatuajes y cuatro piercing,
er Rafi le había refregado una bola de arena por todo el cuerpo y a
la niña no se lo ocurrió otra cosa que decir “jo puta Rafi cabrón
que mas llenao to la teta izquierda de arena, cómo te trinque te voy
a meter la arena por er culo”.
Después de eso, no tuve más remedio
que meterme en el agua para quitarme la arena que sin querer (claro)
me habían echado encima, lugar donde, para desgracia mía, se
encontraban er Pepelu y la Vane sacudiéndose la arena. Todo hay que
decirlo, Pepelu estaba más caliente que el palo de un churrero y
“aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid”, en un
arrebato de pasión le metió mano a la Vane, la cual gritando dijo
“Kiya er Pepelu que guarro es, me ha metio la mano en to er
potorro, aquí en medio de tor mundo”. Yo no pude más y me fui a
dar un paseo, curioso donde los haya.
Cada vez se hacía más imposible andar
entre los niñatos con las tablas en la orilla, otros tantos con el
mítico baloncito, los niños chicos deambulando en pelotas por donde
querían, la abuela gorda, con la bata arremanga, el bigote moreno
donde los haya y las piernas peludas, sentada en el rompeolas con las
piernas abiertas y aquello a remojo (qué fresquita estaba ella,
tenía una cara de felicidad inimaginable), todo lo de un Domingo se
soporta, pero ¡por Dios!, ¿no podría venir un tsunami que se
llevara a la gorda? Seguro que si viniera tampoco se la llevaba.
Pero lo que sí es cierto es una cosa:
el que no está a la última en tecnología es porque no quiere. Los
domingueros montan ya no sólo la mesa, las sillas y sacan la
tortilla de patatas, eso ya está anticuado. Ahora lo que se ve son
unas carpas de dimensiones considerables con aire acondicionado
incluido y una mesa para doce personas y sofá hinchable (que lo de
las sillas es de pobre y ellos “están en er taco gordo”) donde
aparte de la típica tortilla, el jamón, también se alimentan de croquetas y
demás variedades que haya preparado la abuela. Por supuesto no falla
la baraja de cartas, las palas, el balón, las tablas, los manguitos,
los flotadores, la colchoneta tamaño cama de matrimonio y por
supuesto el juego de cubo, pala, rastrillo y demás utensilios para
el juego de los niños en la arena.
Recuerdo que en una de estas carpas oí
a una prima que le decía a otra (la cual después de haber estado
haciendo el ganso por la playa todo el día estaba desatada y se
comía todo lo comestible): “kiya Desi coño no seas guarra y no le
metas mano a to, que tas to manchá de arena”. Eso acabó conmigo y
decidí irme a mi casa, ya había tenido suficiente.
Pero todavía quedaba un regalito al
salir de la playa. Se trataba del coche tuneado “der Fiera de
Tarifa y er Tigre de Chiclana” que venían con sus gafas
pastilleras, sus cuatro pendientes en cada oreja, los bañadores por
debajo de la rodilla con los calzoncillos asomando, el peinado
cacerola en uno y cenicero en otro y sus correspondientes tablas para
aprovechar las últimas olas…
Desde ese día yo sólo voy a la playa
de lunes a sábado. Cuando puedo, sino me pongo debajo de un
fluorescente con los pies en un barreño de agua y un libro en la
mano, no es lo mismo pero si es más relajado, se lo aseguro.
(Internet, refrito)
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