Me
ha llegado un correo para notificarme que me devuelven el dinero de
unos billetes de avión, me he quedado mirándolo mientras gruesas
lágrimas por mis mejillas sin que yo hiciera nada por retenerlas, seguí con la mirada fija en la pantalla mientras mis pensamientos
iban y venían sin control, imágenes, momentos, canciones, abrazos y
besos, todo revuelto.
Recordaba
la primera vez que tuve a mi niño entre mis brazos, esa cosa tan
pequeñita, con tan sólo unas horas de vida, en esos momentos supe
que me había robado el alma, que el amor que sentía no cabía en el
corazón, no podía apartar mi mirada de esa personita tan perfecta, tan bonita, tan...
He
pasado todos los momentos que he podido con él. Días y horas que me
han hecho inmensamente feliz.
Recuerdos
que nunca podré olvidar, cambiarlo, vestirlo, darle biberones, más
tarde comidas, paseos, días de playa, dormir con él... Acnédotas que aún traen una
sonrisa a mi cara; como la primera vez que le puse un chupete, la
cara que puso porque no le gustaba, porque no sabía retenerlo
en la boca y eso nos hizo estallar en carcajadas o aquel otro día
que se quedó dormido en un rincón del cuco con el brazo tapándose la cara, así como diciendo: “no molestéis” o como estas
navidades pasadas que no quería ningún regalo porque él quería
una guitarra. ¡Tantos y tantos momentos!
Ahora
esta maldita pandemia nos mantiene separados, no nos deja vernos, no
deja que le besuquee toda la cara. Nos quitó que te viera en marzo,
que le viera en Semana Santa y ahora que no pueda celebrar a su lado su segundo cumpleaños.
¡Tengo
tantas ganas de verlo! ¡Tantas ganas de abrazarlo! ¡Tanto miedo de
contagiarme de este maldito coronavirus y quizás no poder hacer todo
eso nunca más! Intento no dejarme dominar por esos pensamientos,
pero a ratos no los puedo evitar y me entra el pánico. Un pánico que me paraliza, que no me deja moverme del sofá mientras lloro desconsolada recordando su cara y su risa una y otra vez.
Muchos
días hacemos videollamada y el alma se me llena de alegría cuando
oigo ese “yaya” acompañado de esa bonita sonrisa y me siento
feliz viéndolo, aunque sea a través de una pantalla, mientras me
explica con su media lengua las cosas que ha hecho, cantamos juntos o
me enseña sus juguetes, son momentos especiales que seguramente
tampoco podré olvidar.
Voy
a limpiarme la cara, sonarme los mocos y ver que tengo que hacer para
que me devuelvan el dinero mientras sigo pensando en ese morenito que
me ha robado el alma.
Mª
José
28/04/2020
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