A mis sueños les falta tu nombre

Llevaba repitiéndose esto mismo día sí y día también, con la mirada fija en la entrada de la cafetería. Hoy, como otro hoy cualquiera ya pasado, también era el día. 

Varias veces le pareció escuchar la música que acompaña a esa risa tan conocida para ella y que tanto significaba. Los miércoles ni él ni su risa solían fallar a la comida planeada. Hoy era miércoles. De hoy no pasaba. 

Cada vez que alguien entraba, dejaba lo que estaba haciendo y miraba rápidamente al nuevo cliente, esperando que fuese él. Miró su reloj; todavía no era la hora. ¡Qué lentos pasan los segundos cuando el corazón está dominado por el ansia de la espera! Y qué rápido se le pasaba el tiempo cada vez que él y ella pasaban la tarde allí mismo. Lástima que los ojos de él pareciesen no darse cuenta. 

Lo inevitable ocurrió también este día, calmando su síndrome de abstinencia. Ella quería empaparse de su imagen, de sus ojos cerrados al reír, de su cabeza ladeada al escuchar, de la forma en que la cuchara iba a parar a su boca en un gesto automático, mientras ella estaba absorta en la conversación. Ella necesitaba ese material para sus sueños porque, sin saber cómo, él había aparecido en ellos y ya era tarde para dejarlo ir. 

Hoy tenía que ser el día. No podía volver a pasar que él se fuese y todo quedase igual. Garabateó unas palabras en una servilleta de papel, reunió el valor suficiente para dejarla justo delante de él. 

"A mis sueños les falta tu nombre" 

Hoy ella necesitaba saber sus sentimientos. Ya que el resto de la semana, ella no existía para él, al menos cada noche, en sus citas clandestinas, ella podría llamarlo a gritos antes de despertar. Así podría arrancarle la promesa de que en el dominio íntimo de los sueños, él era el único, y ni él ni su sonrisa volverían a irse a la espera de otro día, de otro miércoles. 

Mª José